Crónica de un hombro roto
Hoy cumplo 8 semanas desde que me rompí el hombro. Es increíble, miro atrás y me parece como si fuera hace siglos cuando sentí un “crack” y, todavía aturdida por el golpe y sentada en la nieve sin entender del todo qué había pasado, supe que algo estaba mal.
Una suerte que en aquel momento no fuera consciente de lo que aquel “crack” implicaba. Sabía que no era bueno, pero no lo que iba a interferir con mis siguientes semanas, como siempre, tan organizadas y planificadas…
En estas 8 semanas he pasado 6 con el brazo inmovilizado y por ahora otras 2 en rehabilitación más lo que me queda. A día de hoy, cuando ya casi puedo hacer vida normal, al menos comparado con cómo estaba hace no tanto, me gusta mirar hacia atrás con cariño y pensar en la gran lección que han sido estas 8 semanas.
Lecciones de un hombro roto
– Sobre lo que solemos llamar “bueno y malo” – que un hombro roto es una manera física y emocionalmente poco costosa de aprender varias lecciones muy valiosas. Lo que inicialmente parecía una desgracia se ha convertido casi en una bendición.
Las cosas simplemente «son», no son «buenas» ni «malas» en sí mismas sino que serán lo que nosotros seamos capaces de hacer con ellas… Ya que tengo el hombro roto y eso no lo voy a poder cambiar, sí que puedo aprovechar la oportunidad para convertirlo en algo lo más positivo posible… Sólo depende de mí!
– Sobre los límites – que vivir siempre empujando los límites es apasionante pero también hay que estar preparado para asumir las consecuencias: sólo podemos saber dónde estaba realmente el límite en el momento en que lo hemos pasado. Y entonces es tarde para dar la vuelta a la situación
– Sobre los riesgos “calculados” – que cuando calculo riesgos y asigno un porcentaje bajo a algo indeseado, ese porcentaje pequeño puede convertirse en una realidad. Y, sobre todo, que si encadeno muchos riesgos, en algún momento alguno se materializará
– Sobre la temeridad (y la diferencia con ser intrépido) – que una cosa es empujar el límite con riesgos calculados y otra es no tomarme la molestia de minimizar esos riesgos. Si quiero esquiar en una pista negra lo mínimo que debería hacer es aprender a bajar ese tipo de pistas!
– Sobre la dependencia y las lecciones que tenía pendientes – que tan importante como ayudar y querer a otras personas es aprender a aceptar la ayuda y el cariño de los demás
Que la vida está llena de ángeles esperando su oportunidad para poder ayudarnos y darnos cariño. Los tenemos alrededor y no los sabemos reconocer. No hay que ser siempre tan autosuficiente. A veces, la dependencia es un regalo para experimentar una conexión muy especial con amigos, conocidos y hasta con desconocidos.
También me ha enseñado a pedir ayuda con humildad. Desde peinarme a abrocharme unos zapatos, abrir una puerta o recoger algo que se me caía.
– Sobre la sensibilidad y la compasión – que las personas que son padres o que han tenido un accidente suelen tener una sensibilidad especial para anticipar las necesidades de los demás. Les nacen de manera espontánea esos pequeños gestos que tanto alegran la vida. Ojalá algo de eso se haya quedado conmigo.
– Sobre lo que no podemos controlar – Que lo mejor que puedo hacer es aceptar la situación y pensar en lo bueno que me trae. No hay nada que pueda hacer para mejorarla, salvo relajarme, y sí mucho para empeorarla
– Sobre la paciencia y la impermanencia de todo – si todo es impermanente… para qué me voy a preocupar. Por suerte mi hombro curará y pronto el dolor será un recuerdo. Intento aprender de esta nueva situación porque pronto dejará de existir. Y yo que pensaba que la meditación vipassana no me había servido…Hasta el dolor de espalda me resulta familiar.
– Sobre el dolor – que cuanto más me relajo y más pienso que desaparecerá, más leve se hace. Y también que, si no lo siento, no podré saber lo que mi cuerpo me está contando sobre lo que me ayuda a curar y lo que no. El dolor me ayuda a escuchar y a seguir conectada con mi hombro.
– Sobre la soledad y la vulnerabilidad – Fueron sólo unos minutos, pero se me hicieron eternos. De pronto estaba tirada en la nieve, no encontraba mis esquís y no podía mover un brazo. Estaba mareada, aturdida… y sola! Alguien se paró, me acercó los esquís y me preguntó si estaba bien… No fui capaz de decir que no lo estaba y que necesitaba ayuda, así que aquella persona continuó su camino.
En ese momento, cuando empezaba a oscurecer y la persona se alejaba, fui consciente de que estaba sola. Una soledad profunda y solemne, difícil de explicar. Y entendí mi propia vulnerabilidad y que, aunque nadie más que yo me iba a poder sacar de mitad de la pista, deseaba profundamente tener a alguien cerca que me dijera que todo iba a estar bien. Por suerte al poco aparecieron mis primeros dos ángeles de esta historia: Thelmita y Heiner, que me acompañaron en la bajada más larga y dolorosa…
Las cosas que no puedo hacer
Parece una tontería pero también he aprendido a valorar esas pequeñas cosas del día a día a las que no prestamos atención y que son tan importantes. Las cosas que más he echado de menos estas semanas:
– No puedo abrazar a nadie y casi no puedo dejarme abrazar. He recibido mucho cariño pero he huido de cualquier contacto físico. Como si mirarme ya me doliera. Ahora entiendo y aprecio más si cabe lo que significa un buen abrazo de los que te dejan casi sin respiración
– En particular, no pude abrazar a mi abuelita cuando me despedía de ella. Murió a los 5 días de mi accidente, cuando hasta respirar me dolía. Estaba junto a su cama, con el brazo totalmente inmovilizado. Quería agarrarle una mano y acariciarle la cabeza con la otra… y no podía.
– No puedo ponerme pendientes, hacerme una coleta o abrocharme unos cordones… Y yo que pensaba que esas cosas no me importaban!
Lo que perdí y lo que gané
Gracias a que mi nivel de actividad bajó casi al mínimo, tuve que dejar paso a un ritmo más pausado y volví a disfrutar esos momentos especiales que apenas saboreo cuando voy corriendo acelerada por la vida:
– No pude ir a Brasil a pasar fin de año pero a cambio pude compartir un fin de año increíble rodeada de amigos… también pasé mucho más tiempo con mi madre en unos días muy duros para ella. Todo un lujazo – Brasil me seguirá esperando donde está, y los momentos tan especiales son pequeños tesoros que mi hombro roto me regaló
– No puedo salir de copas ni hacer el loco, pero pude tener más momentos de charlas tranquilas con personas excepcionales – Increíble redescubrir lo que me une a cada persona y sentir esa conexión
– No puedo saltar, ni correr, ni hacer deporte, pero he podido meditar, leer, escribir, aprender idiomas… y me hace sentir muy relajada y conectada
– No he podido abrazar a nadie durante semanas… pero estoy deseando poder hacerlo en cuanto recupere movilidad en el hombro!